martes, 29 de septiembre de 2009

Frailecillo de amor vivo

Hoy toca hablar de Juan Yepes Álvarez, ¿qué quién es ese? Pues San Juan de la Cruz. Para mí es muy difícil hablar de este poeta sin desternillarme un poco de la risa. Sí, de acuerdo, es el poeta místico por excelencia, pero es que leo sus poemas y me lo imagino como protagonista y me mondo.


Juan Yepes Álvarez nació en Fontiveros, Ávila en 1542, su familia era pobre y para más inri su padre y uno de sus hermanos murieron cuando él era muy pequeño, por lo que tuvo que meterse a fraile bastante joven si quería huir de la miseria.
Podría haber sido un buen monje carmelita, si no se hubiera topado con una exaltada, Teresa de Ahumada, también conocida como Santa Teresa de Jesús, a esta, que le daban repentinos ataques de orgasmos divinos (sentía como Dios le atravesaba el pecho con una lanza de fuego hasta que le llegaba al corazón) y sabiendo que a San Juan le pasaba más o menos lo que a ella, le convence para que reforme la orden de los carmelitas creando los carmelitas descalzos, que se basaba en que fueran más pobres, más trabajadores y más contemplativos que los calzados, imaginaros lo difícil que sería eso que hasta sus colegas carmelitas (eso sí calzados) se cabrearon con él y lo metieron en una cárcel en la que estuvo 8 meses.
Pero se escapó y empezó a fundar conventos a tener éxtasis divinos hasta que murió con 50 años en Úbeda, Jaén, después de muchas enfermedades, y es que entre los éxtasis, el trabajo y que estaba a medio comer como era perceptivo para los carmelitas descalzos, el hombre no estaba para muchos trotes.
Pero lo que interesa es su literatura, y antes de nada, leed este fragmento:
Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte ó al collado
do mana el agua pura;

entremos más adentro en la espesura.


Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí, tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día



Es parte del Cántico Espiritual, y ¿no os parece, digámoslo finamente, un poco así como, o sea, gay? Pues no sé la verdad, el caso es que en este poema, que toma influjo del Cantar de los Cantares de la Biblia y que tradujo Fray Luis de León, él, o sea San Juan de la Cruz, o mejor dicho, su alma, se convierte en la amada que busca desesperadamente yacer (o sea, ya sabes...) con su amado, que parece ser que es Dios.
La poesía de San Juan está llena de símbolos, de rebuscadas formas y de musicalidad, abundan las onomatopeyas, aliteraciones, etc. Y el símbolo de la Amada y el Amado, amada como alma y amado como Dios se repite en su literatura mística. A veces usa la poesía para describir el atontamiento que le producía el éxtasis divino, leed este fragmento:

Entreme donde no supe
y quedéme no sabiendo
toda ciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba
pero cuando allí me vi
sin saber dónde me estaba
grandes cosas entendí
no diré lo que sentí
que me quedé no sabiendo
toda ciencia trascendiendo.


¿No parece que se ha tomado algo? Pues no, es que es normal que después de encontrarse con Dios uno se quede así.
San Juan bebió de las fuentes bíblicas para componer su obra: Cántico Espiritual, Llama de Amor Viva y Subida al Monte Carmelo, más algunas coplas sueltas. También se dejó influir por Garcilado y Fray Luis de León (en el uso de metros italianos como liras y endecasílabos) y sobre todo se vio influído por el Evangelio de San Juan, tan lleno de símbolos como su propia poesía.

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